Soñando uno de tus sueños

Blog de escritura

Soñando uno de tus sueños

Los muertos no dan besos



                Entre el humo de cigarro y el extraño olor que entra por la ventana por culpa de la estación de servicio de al lado, se hunde en su anestésico. La nostalgia le abrasa los nervios y para no olvidarse que aún le duele, echa sal en la herida y la rasca con los dedos hasta dejarla en carne viva.

Toma el trago para sus mariposas ahogadas en vodka y da una calada al pucho, se fuma sus sentimientos. El diablo ya no lo espera ni lo acecha, se ha dado cuenta de que él es suficiente verdugo para sí mismo. Cada recuerdo es una bala que le atraviesa el corazón, pero no lo destruye. Lo sangra, lo quema, lo desgarra un poco más, pero sin que llegue a ser mortal.

Jura que la ama, pero aún no puede abandonar la casa. Su espíritu aún revolotea entre la cocina y la biblioteca. Siente su perfume imponerse ante su vodka y se ríe ante su duelo que persiste en un tiempo que se estanca.

La promesa resuena entre los hielos del trago sin que sus sentimientos puedan ser ahogados. Está seguro de que el dolor le estrujara los años. Aun así, se queda, enciende otro cigarro. Ya no hay más siestas en la sala y hasta las partículas de polvo ya no bailan igual en la ventana. Y hasta está seguro, que la luna tucumana que se cuela en su casa ya no es capaz de enamorar a Atahualpa… y es todo porque falta.

Se levanta y piensa en quitarse la barba, sabe que ella la odiaba. Se sacude las ganas y el desconsuelo y el agua de la ducha le quita las costumbres que ya no usa. Está perdido y lo acepta, sabe que la casa ya no es su casa porque ella falta. Y antes de seguir juntando polvo en sus recuerdos, lo tira todo. Los besos, los momentos, hasta las marcas que le dejó en su cuerpo. Y se marcha.

Sabe que los muertos no dan besos y aunque le sobran los motivos para olvidarla, en alguna parte de su alma está el fatídico deseo de encontrarla y volver a amarla.

La eternidad le pesa, le detiene el reloj, le quita la esperanza. Nada lo llama, pero hay leyendas que hablan de curar la muerte. Sabe que es irreal, pero no le queda a nada más que apostar. Tampoco tiene qué perder. Cuelga una mochila en su hombro con lo justo y necesario, despide al fantasma que habita la casa, con más mentiras que verdades; con menos sueños y más realidades. Con una promesa que desea hacer realidad, aunque sólo sea una mentira más…

Big Event Xmas! — Capítulo 2

El siguiente contenido presenta material explítico, sexual y/o violento no apto para menores de 18 años o personas sensibles.

El año anterior Yukiko le enseñó qué era la Navidad y cómo celebrarla y después de todo lo que ella había hecho por él desde el primer día que lo vio, Toji quería retribuirle eso. Llevaba el dinero encima con una sonrisa. Hacía dos años había abandonado su antigua vida, hasta su vicio en las apuestas de las carreras de caballos.

No vivían con grandes lujos —aunque para Toji tener el mismo techo durante más de un día ya era un lujo indiscutible—, pero vivían bien, muy bien. Aunque con la llegada de Megumi, sabía que su economía iba a estar un poco más apretada ahora. Los pañales, la ropa, y todo lo que necesitara el pequeño Megumi. Y no es que Toji no quisiera gastar en él ¡Qué más pudiera hacer que darle con todos los gustos! Y tener a su esposa como la reina que era para él. No, el problema es que… no le alcanzaba para hacer todo lo que él quería hacer.

Una de las razones por las que siempre cobraba y entregaba el sobre sellado de manera íntegra a Yukiko era porque Toji no podía tener dinero. Pero no podía. En serio, no podía. Hasta no ver la última moneda de su sueldo irse, no estaba satisfecho. Y antes de estar casado y con un hijo, ver la última moneda desaparecer de sus manos era un aliciente para buscar otro trabajo para tener más dinero que gastar. Ahora, era diferente: él necesitaba más dinero que gastar. El problema es que lo necesitaba de forma lícita y eso era bastante complicado para él.

Yukiko lo había recomendado para el trabajo como seguridad de un bar, pero fue por ella que lo intentó porque él no sabía hacer otra cosa que no fuera pelear y matar. Hasta había estado orgulloso de eso hasta conocerla. Él, el mejor asesino de hechiceros, ahora, orgulloso de trabajar en un lugar donde no tenía que matar a nadie, a pesar de que a veces tuviera que usar sus puños para hacer que algún mocoso entrase en razón o se fuera del local. Nada del otro mundo, nada emocionante, aun así, era digno. Y él se había esforzado muchísimo en llegar a eso: a ser digno de Yukiko y ahora, de Megumi.

Y mientras tanteaba el sobre en su bolsillo, miraba la pantalla brillante del pachinko. Y no es que fuera a gastar su dinero hasta quedarse sin una moneda en el pachinko. No. Su idea era multiplicarlo en las carreras con una apuesta.

Su esposa le había enseñado que la Navidad consistía en pasar la noche juntos e intercambiar regalos. Y él quería hacer una buena fiesta para ella y para Megumi, aunque sólo tuviera dos días de nacido, quería que experimentara una genuina felicidad por la Navidad, porque era su primera Navidad con una familia: la primera Navidad con SU familia. Toji no podía estar más emocionado, tanto como niño en dulcería. Y aunque sus intenciones eran buenas, el método era de dudoso éxito. Aun así, se sentía con la suficiente suerte como para apostarlo todo y ganar.

Y tras pensarlo demasiado, decidió hacerlo. Aún cuando sabía que su suerte era peor que ver el número cuatro en el hospital. Pero tenía un palpito y un deseo que hacer realidad y después de arriesgarlo todo, se decidió a ir a la casilla y apostar al número del caballo. Toji empezó de manera paulatina, si todo salía tan bien como se imaginaba, iba a hacer un buen dinero para celebrar la Nochebuena y Navidad con su esposa. Claro que sí.

Se sentó en las gradas sintiendo las estrellas alineándose para que el ganara… y fue una decepción ver al caballo que eligió llegar en último lugar. No le importó, el deseo de volver a llenar el boleto y apostar el dinero fue más fuerte que él.

—Será la última vez —se dijo intentando tranquilizarse—. Éste sí es el ganador.

Y tras convencerse de que en esa ocasión sí iba a salir bien, volvió a las frías gradas sin tener una pizca de suerte.

Nada de eso fue suficiente para él, hasta que el sobre quedó vacío. Desesperado, volteó el sobre sin ver un solo billete en su interior: esa era la razón por la que el sobre llegaba íntegro a manos de Yukiko.

Abatido por haber perdido todo su sueldo en una sola tarde en las carreras, salió del hipódromo imaginándose mil escenarios que no iba a poder cumplir. ¿Cómo iba a recuperar el dinero? ¿Cómo iba a celebrar la Navidad con Yukiko y el pequeño Megumi? Él que ya tenía pensada las cosas que iba a comprar con el dinero de las ganancias, ahora, se había esfumado entre sus helados dedos.

Metió las manos en los bolsillos y caminó un poco más, pensando y pensando cómo hacer las cosas bien. No iba a recuperar el dinero por las buenas, mucho menos en un día. No existía forma de que él, justo él encontrara un trabajo que pagara tan bien para pasar la noche junto a su familia.

Sus ojos se iluminaron al pensar en una sola cosa que sí podría hacerlo. Toji se quedó quieto en medio de la calle, mientras las personas pasaban con sus compras y las parejas felices, él sólo tenía en su cabeza que la había cagado a lo grande y debía remediarlo de alguna manera. El problema de Toji es que el remedio sería peor que la enfermedad.

—Prometí no hacerlo —se dijo y siguió avanzando entre la gente. Aunque no lo pareciera, él había hecho todo al pie de la letra, tal y como ella le había pedido.

Yukiko tenía miedo del mundo donde se movía Toji. A pesar de que él le había demostrado que era capaz y que no existía un problema para él el verse entre peleas y asesinatos, Yukiko quería que él pudiera disfrutar de una vida normal. Sin sangre, sin maldad, sólo un hombre viviendo con su esposa sin mayores problemas que los que la rutina pudiera traerles. Él también lo deseó por estar con ella, pero Toji no conocía más vida que las peleas, la muerte y el dinero. Eso era todo lo que él era, era todo lo que su entorno le había permitido ver desde la más tierna infancia. Pero se arriesgó a hacerlo. Así como escapó del clan Zen’in y se mostró un hombre digno de enfrentarse a hechiceros, ahora, sería ese hombre digno de estar con una mujer en una relación de verdad.

O eso creyó.

Por un momento, pensó que estaba bien, pero Toji se había vuelto adicto al juego en tantos años de soledad. Era lo único que llenaba un poco de todos los vacíos que había en él. Y apenas llegar, había caído de nuevo y eso lo llevaba por caminos que prometió no volver a andar.

Y no había otra alternativa.

Lo meditó mucho, demasiado. Sacó su celular y buscó en sus contactos. Estuvo largo rato mirando el nombre en su teléfono. Luego, bajó la tapa y guardó el aparato en el bolsillo de su pantalón y caminó un poco más y al llegar al cruce de la calle y ver la juguetería con un cunero de nubes y animalitos, Toji volvió a ver el teléfono.

Y apretó la llamada.

*******

El dinero estaba en su mano y su objetivo era claro. No iba a suponerle mayores problemas, lo sabía. A pesar que llevaba dos años fuera del negocio, Toji se mantenía en forma y nadie se igualaba a él gracias a sus sentidos hiper desarrollados. Con un olfato más afilado que el de un perro y una vista más aguda que la del águila, Toji tenía la victoria en la yema de sus dedos.

Su compañero, el gusano que usaba para transportar sus armas, estaba enrollado de nuevo en su brazo y cuello, el único compañero fiel que tuvo después de salir del clan.

—No pensé volver a verte —le dijo su empleador y Toji sólo le dio la espalda.

—Yo tampoco —murmuró desapareciendo de ahí.

Toji era rápido, su velocidad era inhumana gracias a la restricción celestial y esto siempre fue un beneficio que supo aprovechar en las batallas y que no desperdiciaría ahora mismo.

En esa ocasión, no le hizo falta su habitual acecho e investigación, era uno de esos trabajos “rápidos” que él disfrutaba, pero no provocaban ningún tipo de desafío en él más que la buena paga.

—¿Cómo haremos esto? —preguntó al espíritu maldito que llevaba enrollado en su cuello. Éste, abrió la boca y expulsó un objeto que cayó en la mano de Toji sin que él volteara a ver qué era hasta sentir el acero en su mano—. Es una buena elección —sonrió viendo las cadenas y agitándolas. Sentía la adrenalina recorrer su cuerpo como sangre en sus venas. No, no podía decir que no disfrutaba la vida con su esposa, pero era otra cosa estar en un combate, donde se dejaba a la locura y ponía en práctica todo su duro entrenamiento.

Toji observó hacia el suelo. El techo estaba lo suficientemente alto para poder llegar desde ahí hasta el edificio del frente. Abrió bien los ojos y tomó impulso corriendo y tirando la cadena mientras giraba, hacia el vidrio del frente, rompiéndolo y aferrándose a las grietas para sostenerlo y saltar hacia el interior. Toji pisó fuerte y algunos vidrios se rompieron bajo sus pies mientras se erguía frente a los tres tipos que estaban en la habitación. No importaba si lo conocían o no, Toji era imponente sólo con su presencia, mucho más cuando la sonrisa que torcía la cicatriz de su boca sólo auguraba un pésimo final.

Vio a uno de ellos querer escapar y Toji corrió hacia la puerta, bloqueándola y girando la cadena en su mano, le dio un fuerte golpe antes de rodear el cuello del tipo que tenía en frente y romperlo al estrangularlo. El sonido de los huesos quebrándose era algo que nunca se olvidaba y aunque era común en su día a día, siempre le desagradaba oír, pero, era su oportunidad.

Dio un paso al frente después de tirar el cadáver y la habitación cambió.

—Vaya, un hechicero que usa ilusiones —se burló quedándose en su sitio mientras miraba el vacío a su alrededor. La ilusión, no sabía si era producto de su mente o era el hechicero que la guiaba. Toji estaba parado apenas en unos cuarenta centímetros de tierra y alrededor de él no había nada, era sólo una oscuridad total, tan densa e interminable que daría miedo a cualquiera. Pero cuando has visto a la muerte a los ojos y te has reído de ella como lo había hecho Toji, eso no era nada.

Sin dudar, el gusano escupió una daga que Toji clavó en la palma de su mano, tan profundo que casi atraviesa el otro lado. El dolor fue tan fuerte que hizo que su mente se alejara de la ilusión y pudiera volver al edificio donde terminaría su fiesta.

Una de las razones por las que rechazaba estos trabajos también era esa: Toji lo disfrutaba. Este tipo de planes, este tipo de batallas no las tenía en su día a día y aunque quisiera mentirse, el placer de matar y derramar sangre ajena era algo que sus manos ni su mente olvidarían cómo se sentía.

—Vamos, juega un poco más —lo animó, loco de emoción, sonriendo tan confiado como si pudiera ganar la batalla sin pelear. Toji sabía que podía ganar, pero necesitaba un poco más de adrenalina, tan sólo un poco más de ese deseo iracundo cuando su vida estaba a punto de ponerse en peligro. Al menos, quería fingir que lo estaba.

Estaba decidido a darle una oportunidad de defenderse cuando sintió el clic de un arma detrás de él. El oído de Toji, tan agudo como siempre, lo percibió y usó su cadena, girándola en su mano para hacer de un escudo que repelió la bala e hizo que el proyectil cambiara el rumbo dejando un agujero en la pared.

—Cambio de planes —se rio y colocó su mano a la altura de la boca del gusano sacando una espada, una espada común y corriente, no necesitaba más que eso. Él podía contra un simple revolver, por supuesto que sí. Más, acababa de distraerlo de lo que podía ser su diversión del día. Toji giró su cuello a la izquierda y la derecha, haciéndolo crujir— ¿últimas palabras? —dijo levantando la mano con la espada brillando a la luz. El hombre sólo gimió de miedo y él lo tomó como su plegaria final, cortando su cabeza. Esta rodó por el suelo mientras la sangre salpicaba hasta que el cuerpo cayó al suelo dando un fuerte golpe, tiñendo el piso de muerte. Ahora, las ropas de Toji también estaban manchadas con sangre ajena, pero era lo de menos.

Giró la cabeza hacia su último adversario, el que prometía ser el más fuerte de ellos.

—Pelea —le ordenó sin perder la sonrisa del rostro. El hechicero tembló y tragó saliva usando un nuevo ataque que Toji esquivó con facilidad. Agradecía tantos años en el clan Zen’in, después de todo, eso era lo que le daba ventaja a él sobre los hechiceros. Conocía todos sus trucos y sus movimientos, sabía cómo derrotarlos, pero nadie esperaba que un usuario maldito pudiera ser un rival para un hechicero.

Nadie.

Agitó la espada y le cortó la mano escuchando un alarido de dolor mientras el muñón ensangrentado salpicaba y dejaba ver la carne y el hueso. La mano cayó al suelo y él la pisó acortando distancias. Lo que en un principió pensó que podía haber sido un juego divertido, se convirtió en un simple asesinato, arrancando la cabeza de cuajo una vez más.

Cuando terminó, se quedó parado mirando a su alrededor. Una vez que la emoción de la batalla desaparecía de su cuerpo quedaba ese vacío que era difícil de explicar. Sacó el teléfono y marcó de nuevo el número de su empleador contándole que el trabajo estaba hecho y hasta le sacó una foto que envío y luego, borró de la memoria del teléfono. Lo único que no quería es que Yukiko viera lo que él había hecho con sus propias manos.

Y le quedaba eso: volver a casa.

Toji estaba feliz de haber conseguido todo. De hecho, hasta había ganado más que con su trabajo de seguridad. Sin embargo, había roto su promesa. En realidad, rompió dos promesas en un solo día. Se sentía decepcionado de sí mismo después de lo que había conseguido en esos dos años. Pero tenía que volver a casa.

Entró y vio las luces apagadas. Por un momento, sintió un pequeño hilo de esperanza brillar al pensar que Yukiko había salido con Megumi. Eso le daría tiempo de darse un baño y dejar de apestar a sangre.

—¿Toji? —preguntó tras de él.

Toji reconocería esa voz sin importar donde estuviera, incluso, si no volteaba a ver, sabía que era Yukiko.

Así, sus planes se arruinaron. Él, que pensaba no cargar nada de eso en ella, comprar los regalos y preparar la Navidad que había arruinado sólo para ellos, se esfumó al estar ahí con ella.

Ella reconoció el olor a sangre en la oscuridad. Trabajaba a diario en urgencias con ese olor y el de los antisépticos como para confundirlo: era sangre. Yukiko encendió la luz a pesar de que él le pidió que no lo hiciera. Dejó a Megumi en la cuna y fue con Toji horrorizada y preocupada.

—No es mía —respondió él. Y sin poder creerlo, casi vio alivio en los ojos de la mujer. Por un momento, Yukiko recordó el día que lo conoció, así, sangriento y herido, con esa actitud indiferente de la vida y de la muerte.

Su esposa lo abrazó. Toji no entendía nada.

—Lo siento —dijo él de manera instintiva. Sabía que tenía que disculparse por todo, no sólo porque lo viera de esa manera.

Yukiko tembló en sus brazos y él la rodeó con los suyos. Los brazos musculosos de Toji apretaban el tierno cuerpo de su mujer contra el suyo. Él olía a sangre y ella a fresas y limón. Y se sentía igual como si fueran incompatibles.

—¿De verdad no estás herido? —preguntó levantando la vista hacia Toji. Él sólo asintió con la cabeza y volvió a oír el suspiro de alivio de Yukiko.

Se tomó un tiempo para calmarse, pero cuando lo hizo, Toji ansiaba ir a darse un baño y quitarse la ropa sucia. Se quitó el abrigo y entonces, Yukiko lo agarró de la mano con rapidez, haciendo que frunciera el ceño por el dolor.

—Dijiste que no estabas herido —le dijo preocupada con una mirada que decía “mentiroso” por todas partes ¡era justo lo que le faltaba a Toji!

—Es sólo un rasguño.

—Tienes la palma abierta de punta a punta ¿cómo va a ser un rasguño? —dijo alterada ella mientras lo llevaba a la mesa de la cocina y lo sentaba para curarlo. Toji se sintió mal por haber causado todo eso. Si tan sólo hubiese seguido sus planes tal y como lo había pensado antes, nada, pero nada hubiese escapado de su control.

Ella se tardó un rato suturando la herida de su mano y vendándolo. Hubo silencio por parte de los dos. Ella estaba nerviosa y él se sentía demasiado mal para hablar con Yukiko. Temía decir algo que arruinara todo una vez más.

Se levantó para ir a la ducha y antes de alejarse, sacó el sobre con dinero que dejó sobre la mesa, sus dedos manchados con sangre se veían sobre el papel que antes era blanco.

—Para la Navidad —dijo él.

—No importa la Navidad —respondió ella al borde de las lágrimas.

A Toji ya no le importaba nada ni el dinero ni sus errores. Había hecho llorar a su esposa ese día y todo era pura y exclusivamente por su culpa.

Y de eso, no se perdonaría jamás.

Capítulo 3
Reto: Escribir un fanfic situado en las fiestas de fin de año en la que todo le salga mal a B.

¡Hola, soñadores! ¿Cómo están? ¡Tengo la continuación! Este surgió de un desafío semanal del CLub de Lectura de Fanfiction en Facebook. La verdad es que me he divertido mucho escribiendo de Toji haciendo las cosas mal porque puede XD

El dibujo lo terminé hoy y le venía de anillo al dedo a este capítulo, así que quedo (?). Les cuento que me queda un sólo capítulo que es otra parte del reto que espero, subir en los próximos días.

¡Preparense para ver qué otra macana hace Toji!

¡Un abrazo!

Big Event Xmas! — Capítulo 1

 

Quita el moño aquí ;)

Está era su primera navidad con Megumi y Yukiko. Su hijo tenía picos días de vida y aun así estaba muy emocionado por darle una buena Navidad. Toji jamás celebró nada, ni siquiera su propio cumpleaños que tampoco estaba lejos. Aunque estaba lejos de importarle algo para él. Sí, podía ser egoísta, pero no esta vez. Acababa de cobrar su sueldo como seguridad de un bar de mala muerte. Hacía dos años dejó de matar hechiceros y hacer encargos de asesinato debido a Yukiko. Sólo por ella, su vida dio un vuelco de 180°, porque quería darle lo mejor a aquella mujer. Quería tener una familia con la que compartir aquel día y cada uno de los días de su vida.

Toji jamás logró experimentar el calor de un hogar: nunca lo tuvo. Los Zen’in siempre fueron hijos de puta con él por el solo hecho de no tener energía maldita. A ojos del clan, Toji era un inútil a pesar de que demostró en más de una ocasión que estaba a la altura de enfrentar a cualquiera de ellos y ganarle, aún sin energía maldita. Pero siempre lo miraron por encima, como si realmente fuera una basura. Y siendo muy joven, abandonó la casa y se convirtió en un vagabundo. Aceptaba encargos como asesino, jamás cuestionaba si el cliente pagaba bien, sólo hacía lo que le pedían y era aún más emocionante si el objetivo era importante. Él, un simple “inútil” en su clan, llegó a tener la fama de uno de los mejores asesinos de hechiceros. Nadie se comparaba a él. El clan jamás logró reconocer el valor de Toji bajo ninguna circunstancia. Y nunca se preocupó por nada más que vivir de esa manera errática hasta que conoció a Yukiko y su vida cambió.

Ella no era como las mujeres que solía frecuentar. No, Toji no tenía casa, así que solía encontrar ligues ocasionales con los cuáles echar un polvo y tener donde pasar la noche —o unos días— y comida asegurada. Así era su vida día con día hasta Yukiko.

Ella era una muchacha dulce y bonita que estuvo presente en un momento poco agraciado de Toji cuando tuvo un encargo y salió herido de ello. Toji fue al konbini a comprar algunas cosas para limpiar y vendar su herida, aún con la sangre saliendo de la herida.

—¿No prefiere que llame a emergencias? —dijo con un fuerte grado de preocupación en su voz al ver que aún le sangraba la herida de la cabeza.

—Sólo véndeme lo que te pedí —le respondió él indiferente arrojando el dinero sobre la caja registradora y aunque la cajera insistió una vez más, él sólo se fue en cuanto le entregaron su compra.

Muchas miradas estaban sobre él. A Toji no podía importarle menos. Toda la vida fue el centro de burlas de la familia Zen’in, un par de ojos curiosos o con miedo no le hacían nada ahora mismo.

—¡Espere! —escuchó una voz fuerte y dulce detrás de él. Era la mujer que estuvo detrás en la fila. Todo el tiempo sintió su mirada encima de él, pero lo ignoró como lo hacía siempre. Él estaba seguro de que un tipo tan grande, musculoso y herido llamaba la atención. De por sí era alguien que llamaba la atención.

Toji se detuvo y la miró con cierta curiosidad. La mujer sonrió al ver que él se detenía y corrió rápido hacia él. Él no dijo nada, sólo la miró. Era pequeña, casi le llegaba al pecho y muy delgada, de nuevo, no se parecía en nada al tipo de mujeres que él solía frecuentar.

—Esto le ayudará con sus heridas —le dijo entregándole una bolsita más—. Lo que lleva ahí no será demasiado útil —le explicó ella un poco apenada de estar metiéndose en la vida de alguien más, con las mejillas sonrojadas—. Puedo ayudarlo si lo desea.

Toji se rio. El sonrojo en las mejillas de la mujer aumentó.

—¿Tú curaras mis heridas? —dijo no sin sorpresa. De por sí, ya era muy llamativo para él que una mujer se hubiese acercado y se preocupara por él.

—Yo lo haré. Soy enfermera —le dijo ella con determinación—. Puedo encargarme de ello.

De no haber sido porque era una herida que aún le sangraba, Toji ni siquiera se habría molestado en comprar algo para curarse. Lo habría dejado estar sabiendo que eventualmente sanaría, aunque le dejara una cicatriz. No le importaba realmente ¡una más!

Ladeó la cabeza, convencido y cruzó las piernas y se dejó caer al suelo, sentándose ahí mismo viendo una reacción exagerada por parte de ella.

—¿En serio? ¿Aquí?

—¿Algún problema? —preguntó él con la sonrisa en los labios sin dejar de observarla. Era gracioso ver como se alteraba por algo tan sencillo. A él le daba igual.

—¡Estás en la calle! —dijo ansiosa y miró hacia el frente—. Vivo cerca ¿puedes ir conmigo tres calles? —preguntó algo inquieta. Era la primera vez que llevaba a un hombre a su casa, aunque era por buenas razones, todavía le era algo incómodo, aunque fuera sólo para curarlo.

Los ojos de Toji se abrieron con la sorpresa y pronto, una sonrisa suavizó su mirada. La siguió sin decir más nada, con las manos en los bolsillos y las bolsas colgando de su muñeca.

A él no le importaba en lo absoluto. Seguir a una mujer y quedarse en casa de una desconocida era su pan de cada día y no iba a ser menos el día de hoy.

Subieron unas escaleras que daban hacia la calle y llegaron a la puerta del departamento. La mujer fue rápido a encender las luces y luego, se lavó las manos, llegando al centro de la sala y pidiéndole que se sentara en un sillón de tres cuerpos que había ahí. Toji obedeció sin objetar y dejó las cosas sobre la mesa. Ella trajo un botiquín y comenzó a limpiar la herida de su cabeza.

—Te dolerá —le dijo después de limpiarlo y ver que iba a necesitar al menos, tres puntos—. Por favor, quédate quieto.

Él lo hizo. La aguja no era nada para él, había soportado cosas peores en las batallas y a lo largo de su vida.

—¿Vives cerca? —le preguntó ella mientras seguía haciendo la sutura.

—Depende.

—¿De qué? —preguntó curiosa deteniéndose un momento.

—De con quién me quede.

La respuesta fue rápida y sin dar más detalles, pero eso le dio forma a la idea que ya se había hecho en cuanto lo vio sentarse en la calle. Entonces, fue cuando ella se dio cuenta que había recogido a un vagabundo.

—¿Tienes donde quedarte esta noche? —preguntó mordiéndose el labio mientras cortaba el hilo y luego, veía la herida de su brazo.

—Aún no —respondió siguiendo con la mirada a la mujer. Sus manos eran suaves contra su piel, tan delicada al tocar sus heridas que casi no sentía el dolor, sólo el roce de ella contra su piel.

Ella lo miró y lo llamó señor de nuevo. Él sonrió, como si no se atreviera a preguntar su nombre.

—Toji.

—¿Sólo su nombre? —dijo aturdida ante aquella presentación. Llamarlo por el nombre podía ser demasiado intimo para alguien que acababa de conocer— ¿y tu apellido?

—¿Necesito uno? —respondió con indiferencia. A lo que él respectaba, no tenía relación con los Zen’in desde el día que dejó el clan, entonces, sólo usaba su nombre sin que hubiera forma de que lo relacionaran de buenas a primeras con ellos. No, tendrían que investigar a Toji para saber que pertenecía a esa asquerosa familia.

—Entonces… —pronunció dudando mientras estiraba la venda sobre el brazo—. Fushiguro Yukiko —se presentó levantando la vista para ver a Toji directo a los ojos. En ese momento, él sintió su corazón dar un vuelco tan fuerte en su pecho que tranquilamente podría haber tenido un infarto sólo con esa mirada—. Yukiko, llámame Yukiko.

Le pareció encantador el gesto de la mujer, no tardando en sonreír ampliamente mientras la cicatriz de su labio se estiraba.

—Un placer, Yukiko.

Lo dijo a propósito al ver su reacción. Las mejillas sonrosadas y el ligero sacudón que hubo en sus manos fue suficiente para sentirse satisfecho de molestarla un poco.

—Gracias —entrelazó sus manos sobre sus piernas abiertas mientras ella guardaba todo. Tenía toda la intención de marcharse en ese momento, cuando ella lo detuvo. Con un fuerte grito de espera, tal y como había sucedido en la calle—. ¿Olvidaste algo? —preguntó curioso. Era la primera vez que alguien se preocupaba de manera genuina por él.

—Puedes… quedarte —dijo apretando sus dedos índices mientras miraba al piso—. Es sorprendente que no te hayas desmayado con esa herida en la cabeza. Puedes descansar antes de irte —le ofreció.

Él ladeó la cabeza mientras alzaba una ceja.

—¿Estás segura? Pareces un indefenso conejito en frente de un león —se burló con tono juguetón sin quitarle la vista de encima.

—No soy un conejito —alzó la vista y fue cuando vio a Toji directo a los ojos—. Te traeré una almohada —dijo yéndose de la sala. Toji se rio al verla correr hasta perderse en el pasillo. Pronto sintió un portazo y exhaló el aire de sus pulmones con rapidez, volviendo a sentarse en el sillón mientras la esperaba.

Ella, volvió a los pocos minutos con unas mantas y una almohada, las cuáles, le entregó a Toji casi sin mirar.

—Tu camisa tiene sangre —le señaló la mancha que tenía más oscura sobre el pectoral izquierdo. Él se encogió de hombros restándole importancia—. La lavaré.

—¿Me tendrás paseando semi desnudo por tu casa? —se rio ante su propuesta, siendo más directo todavía al jugar con ella. Y como si Yukiko no hubiese pensado en ese detalle, su rostro explotó de vergüenza—. No importa, es por una buena razón —pronunció de manera nerviosa.

Toji vio que la mujer era más perseverante de lo que su apariencia le permitía demostrar. Negó con la cabeza y se quitó la ropa quedando con el torso desnudo, extendiéndole la prenda manchada a ella. Y no se perdió el espectáculo de su rostro al ver su pecho desnudo. Sus grandes pectorales bien marcados, el abdomen, incluso, hasta la clavícula que se hundía de manera tan profunda y exótica que daban ganas de hundir los dedos ahí.

—¡Iré a lavar! —tomó rápido la ropa y se movió con la misma velocidad que antes, quizá, un poco más rápido incluso. Toji volvió a reírse sacudiendo la cabeza al verla desaparecer. Casi que podía ser tan veloz como él si se ponía nerviosa y eso era algo sumamente interesante.

Toji se acostó en el sillón, acomodando la almohada en un extremo y cerró los ojos. No creía que fuera a verla por un largo rato, al menos, hasta que ella se serenara y pudiera volver a verlo. El sillón era cómodo, pero no lo suficientemente grande para soportar todo su cuerpo. Toji era alto y salvo que flexionara las piernas, no entraba por completo en el sillón. De todas formas, no se quejó, incluso así era mejor que pasar una noche en la calle.

Un par de horas más tarde, abrió los ojos con la mujer arrodillada a su lado hablándole bajito mientras tocaba su muñeca intentando despertarlo. Que Yukiko pronunciara su nombre para despertarlo fue algo interesante de oír apenas abrir los ojos.

—Hice la cena —le dijo la mujer y le sonrió.

Toji se froto la cara y se sentó en el sillón. Había tenido un buen sueño a pesar de todo. Ella le indicó donde estaba el baño mientras un aroma delicioso a comida casera inundaba el pasillo. Y no podía recordar un momento en su vida donde alguien hubiese hecho algo así de manera desinteresada. Pensó en alguna de sus amantes, pero era lo mismo. Él les daba su cuerpo, un buen polvo por la noche y obtenía ciertos beneficios además de eso. Nada más que un intercambio justo. Pero ahora, ella no había pedido nada de él, hasta dudó en llamarlo por su nombre.

Se lavó la cara y fue a la sala donde ella ya había servido la comida en la mesa ratona y lo esperaba para comer con él.

—¿No tienes miedo? —preguntó sentándose frente a ella. Él era un tipo que había recogido en la calle, herido y solo, sin lugar donde caer muerto, sin nada más que un nombre.

—¿Miedo? No, más bien… —él alzó las cejas, curioso de lo que fuera a decirle—. Pareces triste.

El silencio colmó sus oídos en un santiamén. Toji se quedó pensando en ello y sólo sonrió agachando la cabeza y sacudiendo su cabello, sin saber cómo reaccionar ante eso.

Comieron luego de eso y fueron a dormir. Toji se quedó en el sillón y tardó bastante en conciliar el sueño de nuevo. Y por la mañana, fue el primero en levantarse. Buscó su camisa, ordenó las cosas y dejó el dinero que había ganado el día anterior sobre la mesa. Sólo se quedó con una parte para comprar el desayuno, el resto, fue todo para Yukiko, dejando una nota:

Por las molestias y por tu amabilidad con un completo desconocido.

Toji

Escribió y se marchó sin rumbo fijo. Ahora iba a tener que conseguir un nuevo encargo para reunir dinero. Pero era lo de menos para él.

Toji no tenía pensado quedarse más tiempo ni tampoco volver a verla. Pero sucedió una vez más, cuando estuvo herido que la única persona que se le ocurrió que podía ayudarlo era ella. Y así, hasta que finalmente, ella no sólo curó las heridas de su cuerpo, también parchó y suturó las de su alma y corazón.

Capítulo

¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? ¡Fic nuevo de Toji! No va a ser largo, tres capítulos de este hombre sufriendo la Navidad

Hace mucho que quería hacer algo de él y vengo postergándolo, así que era momento de empezar —tengo otro con un OC que pronto les voy a presentar, denme chance a que termine de dibujar ;)—

Espero que les haya gustado, pronto viene la parte dos ;)

¡Feliz Navidad a todos

¡Un abrazo!

El resplandor de los relámpagos


El cielo lleno de densas nubes negras. Calma total, no había ningún sonido fuera más que el viento agitando las hojas y ramas de los árboles. De pronto, un relámpago iluminaba el cielo y el trueno agitaba el silencio. Tenía todo planeado, pero que la tormenta se hubiera desatado era un regalo divino. Sí, tenía su tormenta artificial con los ventiladores industriales encendidos a máxima potencia y la Sinfonía N° 6 en Fa Mayor, Op. 68 de Beethoven. Siete años de planeación para al fin llevarlo a cabo.

Dormía, Dorotea seguía plácida su siesta y luego de acomodar todo para hacer la perfecta escena e inicio de su vida, fue directo a su habitación. El trueno hizo eco en toda la casa cuando abrió la puerta. El cielo debía ser uno de sus grandes admiradores para darle semejante banda sonora a su mayor acto artístico. Él, se acercó a la cama con el cincel en mano y la contempló dormida. Años odiándola en secreto, sufriendo sus humillaciones, siendo menos por no llevar su sangre, por ser “el hijo de la otra”. Pero ya no podía más.

Quedaron solos en la casa y tomó la decisión final. En el piso de damero estaban sus sueños rotos, aquellos que ella había destruido. Sus juegos de naipes, sus trucos de magia, sus aspiraciones al arte, hasta sus vestimentas de bailarín. Y ahí, sin que nadie pudiera verlo, también estaba su dignidad, una que pensaba recuperar ahora mismo.

Tenía su delantal manchado de pintura puesto, la boina que ella odiaba y el cincel y martillo en mano para atravesarle el corazón. Calculó la distancia y lo clavó justo cuando el rayo iluminó el cielo. Años ella había sido la tormenta, las nubes densas, los truenos y él, era eso, un relámpago intentando hacerse notar, resplandeciendo un instante para que ella lo opacara siempre. Todo eso estaba a punto de acabar.

Ella despertó dando una bocanada de aire y martilló más fuerte. La mano de la mujer se aferró a su delantal y volvió a machacar una y otra y otra vez hasta que lo hundió y lo perdió entre su costillar.

Estaba agitado, con la adrenalina fluyendo por sus venas, con los ojos bien abiertos y las manchas de sangre por la cara, el delantal y toda la cama. La mano de ella lo había soltado hacia rato y ahora, caía por el borde de la cama sin vida. Sus ojos quedaron abiertos y su boca chorreando sangre. Nada de eso le importó. Tiró el martillo a un lado y la levantó de la cama, justo a donde había dejado todo. El piso de damero era una combinación perfecta con su camisón rojo brillante, justo a tono del color de su sombrero. La acomodó en el suelo y le sacó una foto. Tenía una polaroid, así que esperó a que saliera impresa y vio la fotografía con una sonrisa. Dejó la cámara a sus pies y la foto de pie, junto a su sombrero: era un escenario perfecto.

Subió a su habitación a cambiarse y quitarse la sangre. La satisfacción que tenía era única, vibrante: ahora comenzaba su allegro. Agarró la mochila que ya tenía preparada desde antes y salió de la casa. La tormenta ya había cesado, la calma regresaba, su vida comenzaba…

Princesa sirena

 


¿Por qué iba por la playa en medio de la tormenta? Aún cuando sabía que el peligro podía golpearlo de frente. Un rayo, una ola, podría pasar cualquier cosa, incluso, caer y ahogarse en el mar por la borrachera. Pero ni el agua fría que lo golpeaba lo hacía sentir más lúcido. Nada. Ricardo se preguntó por qué lo hacía y no hubo una sola respuesta que pudiera parecerle razonable.

Sólo una melodía.

Una voz dulce y armoniosa sonaba en medio de la tormenta y él se convenció de que las gotas de agua que caían sonaban como un piano que acompañaba la voz. Si los dioses cantaran, juraría que sonarían como ella.

La mujer, sentada en una piedra en la base del peñasco, veía la inmensidad del mar y continuaba su canción como si no existiera problema alguno. Las notas de su voz acompañaban exactamente el compás de la tormenta como si fuera creado por ella.

Se repetía que era el alcohol que había ingerido y se quedó a la orilla, medio tambaleando mientras veía la espalda de ella. El cabello cobre caía y se pegaba a su piel como si fuera a fundirse.

Cuando terminó de cantar, la tormenta se convirtió en lluvia y pronto, paró de llover. Ella volteó hacia la orilla y al ver los ojos brillar como perlas azules en medio de la oscuridad, sintió que la respiración se le cortaba y sosteniendo su garganta con las manos heladas, intentó atrapar el aire sin éxito, desplomándose en la arena mojada al perder el conocimiento.

El frío le pasó factura y con un fuerte temblor, tanteó a su alrededor buscando la sabana y se encontró la arena húmeda debajo de él.

—¡Qué bien! —Escuchó una voz femenina a su lado, abriendo los ojos con esfuerzo. El sol le molestaba y la cruda le estaba pasando factura. Por un momento, creyó ver el cabello cobrizo que recordaba de la noche, de aquella mujer cantante, sin embargo, al enfocar mejor su vista, encontró a una mujer diferente. Si tenía que definir su color, diría que sus rizos eran del mismo color de la arena bajo el sol. Los ojos azules lo miraron con emoción al verlo despertar y sentarse mientras se frotaba la sien—. ¿Te sientes bien? ¿Te acompaño a algún lado?

Las preguntas se repitieron en su cabeza mientras pensaba en una respuesta e intentaba recordar cómo había llegado ahí. Sólo podía pensar en lo bonita que era y lo mucho que le dolía la cabeza.

—Tengo sed —fue todo lo que dijo y se puso de pie intentando hacer memoria. Pero tambaleó y la mujer lo ayudó a ponerse de pie y a mantenerse lo más estable que su cuerpo le permitiera. Era la peor cruda de su vida, incluso, no se sentía como una cruda. Era como si sus sentidos no estuvieran del todo correctos.

—Vivo cerca, puedes quedarte ahí si quieres —se ofreció ella con una sonrisa. Al mirarla, se sintió encandilado, como si ella tuviera brillo propio. Tuvo que cerrar los ojos un momento, era como ver al sol directo, sin anteojos ni protección alguna.

—Maldita borrachera —murmuró frotándose los ojos con los dedos, tomó aire y volvió a enfrentar la inmensidad del mundo y sólo se arrepintió de ello. Se sentía peor.

Así, terminó por aceptar la invitación de ella, le pediría un café y luego, se iría a su casa a dormir el resto del día.

Elody era el nombre de su nueva amiga. Lo recibió muy amable en su casa y le hizo un café, también, le sirvió un par de tortillas finas que acababa de calentar en el brasero. Tenían un olor increíble y aunque no se sentía del todo bien, la gula lo pudo y le dio una buena mordida a la comida.

Se quedó hasta el mediodía hablando con ella. Su voz le resultaba relajante y a pesar de su malestar, era divertido hablar con Elody. Se sentía como si la conociera de toda la vida lo que era realmente extraño al ser una mujer que había conocido en la playa, esperando que un borracho despertara. Pero eso fue lo único que no le preguntó y sólo lo recordó mientras iba en el taxi ¿cuál era la razón por la que ella se había quedado?

Le dio su numero y quedaron en verse al día siguiente, en una fiesta con sus amigos, así que oportunidad no le iba a faltar. Por ahora, sólo quería llegar a dormir el resto del día.

******

La fiesta era mucho más tranquila de lo que él acostumbraba a presenciar. Ricardo esa noche fue con su novia, Fernanda. Lo cierto es que había hablado de todo con Elody, excepto la parte donde no contó cuál era su relación sentimental y creyó ver un rastro de decepción cuando presentó a Fernanda con ella. Pero fue tan rápido que no supo qué tan cierto fue. Elody sonrió como lo hizo antes y les entregó un par de collares de flores de papel y sorbetes de colores, invitándolos a que fueran a la barra a comer y beber lo que quisieran.

La casa estaba en la playa, lo que Ricardo notó fue que estaba muy cerca del lugar donde se había desmayado, de hecho, se lo podía ver a la perfección desde donde estaban. Había un pequeño balcón donde estaban algunas mesas con bebidas y cocteles, cerca del DJ, quien de la música tropical había pasado a poner cumbias viejitas.

—A la medianoche habrá un concurso de baile. Hay premios —les contó Elody y tomó de la mano a Fernanda— ¿quieren verlos? Vamos, les va a encantar. Así se esfuerzan en la pista —guiñó el ojo y miró al cielo. La luna llena brillaba en la noche.

—¿En serio podemos verlo? —preguntó Ricardo.

—Claro que sí. Nadie se va a enterar —insistió Elody y los llevó al interior de la casa, hacia la habitación que estaba al final del pasillo.

Los demás invitados quedaron hablando y bailando, sin importarles qué sucedía con ellos tres, así que era fácil moverse.

Mientras se dirigían hacia la habitación, se cortó la luz. Elody paró en secó y abrazó el brazo de Ricardo con fuerza.

—No me gusta la oscuridad. Le tengo miedo —balbuceó de manera entrecortada, con un leve temblor en su cuerpo.

—¿Fernanda? —llamó a su novia, pero no hubo respuesta.

La oscuridad era su primer aliado.

Las criaturas de la playa, las segundas.

La garganta de Fernanda se llenó de agua, aunque escupía, seguía apareciendo. Crecía y llenaba su garganta, nariz y vías respiratorias como si su cuerpo produjera el agua. Tanteó en la oscuridad y los cangrejos se habían camuflado con la pared, estiraron sus tenazas y la atraparon.

Elody se quedó quieta junto a Ricardo, aunque a diferencia de él, ella sí podía ver lo que sucedía. Y hasta que Fernanda no dejó de forcejear, no dejó de mirar.

Estiró su mano y rozó sus uñas por los labios de él.

—¿Te preocupa Fernanda? —preguntó soplando en el oído de él.

—¿Qué Fernanda?

Elody se rio feliz y apoyó la cabeza en el brazo de él.

—Vamos a dar un paseo por la playa —dijo melodiosamente como una canción.

Ricardo asintió y la siguió. La luz volvió y dejaron atrás el cadáver de Fernanda, lleno de cortadas de los cangrejos, quienes ya habían desaparecido después de cumplir su cometido.

Bajaron hacia la playa y Elody se quitó los zapatos dejándolos en la arena, agarró de la mano a Ricardo y lo hizo caminar hacia el mar. El agua fría rozaba sus pies y poco a poco, comenzaban a hundirse en el agua. La luna llena los iluminaba y vigilaba por igual. El cuerpo de Elody cambió en cuanto estuvieron sumergidos hasta la cintura. Su piel antes blanca había tomado un tono verdoso tornasol, lleno de escamas que brillaban en diferentes colores a la luz de la luna.

Pronto se deshizo de la ropa humana quedando con el torso al descubierto mientras su cabello cobre se mecía al ritmo de las olas, comenzó a cantar una vez más. Durante la luna llena, los poderes de las sirenas eran más fuerte, durante esas noches, podían alimentarse de los hombres y robarle los años de vida que le quedaban para absorberlos ella. Así su reino se había construido durante siglos y aunque las leyendas los pintaban como monstruos terribles, ellas eran hermosas y podrían mezclarse con facilidad entre los humanos para conseguir a sus presas. Lo cierto es que ninguna leyenda hablaba de los hechizos tan fuertes que manejaban las sirenas y lo poderosas que podían ser bajo la influencia de la luna nueva.

Los humanos, erróneamente creían que sólo las brujas podrían hacer uso de la magia. Realmente, los brujos habían aprendido de ellas, de los seres del bosque y de la noche. Sin embargo, con el tiempo los humanos también se olvidaron de los peligros que afectan a su especie y transformaron todo en simples supersticiones, el mejor disfraz para cualquiera de ellos.

Ricardo estaba bajo su hechizo, hipnotizado por su voz, por su belleza, por su encanto de sirena. Lo había estado desde la tormenta cuando lo llevó hasta ella con su canto, pero aún era débil. De hecho, en días donde la luna los influenciaba, con solo su voz podría hacerlo caer bajo su hechizo, sin necesitar siquiera su canto. Pero era tradición para las sirenas cantar para celebrar sus logros, así, sus víctimas no se resistían y permanecían casi intactos al terminar de alimentarse.

—¿Me amas? —le preguntó nadando a su alrededor.

—Como nunca he amado a nadie en mi vida —respondió él con un tono de voz monótono. Elody se regodeó de alegría y restregó su rostro por su pecho.

—Yo sólo quiero ser amada —y mientras lo decía, él la abrazaba. Era un rito que tenía siempre antes de comer. Le gustaba sentirse especial, deseada, especialmente, si alguien era feliz sin ella. Había algo que le impedía ver la felicidad ajena como algo bueno y a como diera lugar, ella debía ser la causa de su última sonrisa.

Y cuando los veía sonriendo, agradecía…

Por la comida.

Las uñas de Elody recorrieron la camisa con tres botones abiertos y cortó los restantes, saltando al agua y chapoteando hasta hundirse en el agua. Recorrió los pectorales y al enderezar su mano, sus uñas brillaron como bisturíes en la noche, horadando el pecho justo en el corazón, hasta arrancarlo de cuajo y quedarse con él en su mano.

Ricardo seguía de pie frente a ella. Los labios rosados ahora estaban teñidos de sangre, tambaleando por el agua.

Elody lo observó, era lindo después de todo. Y mientras se deleitaba con su belleza, le dio el primer mordisco al corazón. Luego el segundo y antes del cuarto, lo engulló completo, relamiéndose los labios con la lengua, luego, saboreó la sangre en sus dedos y sin soltar a Ricardo, lo llevó nadando a la profundidad del mar, dejando una mancha de sangre en el camino que se iba disolviendo a medida que las olas mecían el agua. Aún así, era mucho peso y también, era demasiado grande. Elody sabía que no encajaría tan bien en su colección así, por lo que una vez más, afiló sus uñas contra la carne del cuello y despegó la cabeza de un solo manotazo. Su cuerpo y su cabello también se mancharon con sangre y resto de las vísceras que salpicaron por el desmembramiento.

Con la cabeza en sus manos, Elody delineó las mejillas y le dio un beso en los labios, relamiendo la sangre que quedaba en ellos hasta dejarlos limpios.

Luego, se hundió en el mar, nadando hacia la oscuridad más profunda, acomodando la cabeza de su ultimo amante en un estante de piedra, donde se pudrían junto a tantos otros hombres que habían cometido el pecado de hablar con ella.

Elody nadaría a su alrededor y les contaría historias de cómo se habían enamorado y cuan feliz la hacían. Hasta que tocara la próxima luna llena y saliera a enamorar a otro hombre para convertirse en una parte de ella.




¡Hola, hola, mis soñadores! ¿Cómo están? Sobre la hora, pero llego con el reto de Abracadabra de Pasión por los fanfics. El reto consistía en escribir una historia basada en uno o más elementos de los que nos proponían.

Siendo sinceros, escribí esto varias veces y llegué a más de 30k (tengo para una novelita xD), así que opté por hacer un último intento y escribir lo primero que saliera. Y acabé hablando de sirenas XD quería usar alguna leyenda argenta, pero no es que nos caractericemos por las sirenas (?).

Elegí usar: oscuridad, ritual y luna llena. Quería meter brujos, pero no se dio, será en otra oportunidad xD

Espero que les haya gustado.

¡Un abrazo!

Criminales

Criminales

«No creo que vuelva a amar a alguien de esta manera» piensa él mientras la ve tomar el colectivo en la terminal.

«¿Me extrañará lo suficiente como para cumplir su promesa?» se pregunta ella mientras lo ve a través de la ventana. Levanta la mano, saluda antes de que el vehículo arranque y se aleje, quizá para siempre de esa plataforma.

Es él la razón por la que llora mientras se acomoda el cabello y espera que apaguen las luces y nadie la vea entre todos los pasajeros. Aunque también llora por otra persona: la que la espera en casa.

Piensa en él y contiene las lágrimas y el quizá que su mente va construyendo.

«Quiero verte» con ese mantra en la cabeza, fue rezando alegrarse por su encuentro. Quiere verlo y confirmar que nada había cambiado y que su aventura en la ciudad no los afecta en lo absoluto. Quería verlo y saber que lo ama solo con mirarlo. Escuchar su voz que revolotea su corazón como mariposa en primavera.

Antes de entender su propio corazón, ya estaba bailando al ritmo que otros labios cantaban. Y llegar a casa fue enfrentar una fuerte decepción de sí misma.

«Estamos bien» se dice cada vez que ve a su novio. Debe amarlo. Es un buen hombre, amable, la ama con locura y la apoya. Le da seguridad y la colma de felicidad ¿Por qué no se siente así? ¿Culpa? ¿Desamor? ¿Debe aminorar la carga de su conciencia y contarle todo? Lo piensa y está segura de que eso sólo iba a estropear su futuro.

«Si el mundo terminara mañana, no dudaría en abrazarte para siempre» las palabras de Adriel invaden sus sentimientos y vencen a la poca razón que le queda mientras está con su novio.

Se convence de que esa relación es la que le conviene porque lo ama y es feliz. Se lo repite una y otra vez sin saber si ella misma lo siente o solo es una dulce mentira para cubrir las heridas que causaría.

Ha pasado un tiempo desde que no sabe de Adriel. Y a lo mejor es para bien. Él está casado y le llevaba casi quince años. Eran generaciones diferentes, ¡Pero ¡qué bien se había sentido! La experiencia de un hombre que sabe lo que quiere, que la complace y que tiene clara la vida eran atrapantes y seductoras.

Las manos grandes y en las que ya se vislumbraba algunos años le mostraban caminos que no sabía que existían. Su voz gruesa repitiendo su nombre teñido de pasión cobraba otro sentido.

—Nahir —escucha la voz en su mente y se mezcla con la realidad: su novio la llama mientras los recuerdos indecorosos vuelven a encerrarse tras esa puerta que juró nunca volver a abrir.

—Sí —un monosílabo escueto pronuncian sus labios sin mirarlo. La vergüenza se mantiene en sus ojos y hasta que la sensación de la yema de los dedos en sus brazos, los besos en su cuello y el hechizo que lanzaba con su mirada no desaparecieran por completo, lo evitaría otros cinco, diez minutos—. Iré a comprar la cena —… quizá, media hora más para juntar valor y volver a la normalidad.

El teléfono suena en el bolsillo camino al supermercado y ella tiembla. Se siente como si hubiese cometido un crimen ¿La traición lo es? Llevará unida a Adriel el resto de su vida con esposas invisibles que ninguno de los dos podrá cortar.

Y mientras, el teléfono sigue sonando en su mano mirando hipnótica la pantalla.

—Cariño —escucha la voz de su novio, apacible y reconfortante, tanto así que solo remueve más la culpa—. No hay azúcar, si puedes comprar ya que estás de paso.

—Lo haré.

La conversación se torna diferente. El teléfono no sonará por Adriel. Ella tiene la llave que le permitirá encerrar todos esos recuerdos tortuosos tras una puerta que no abrirá por el resto de la eternidad.

Será feliz con la vida que tiene de una vez por todas. Él se lo merece, lo necesita y lo vale. Sujetar su mano el resto del camino es justo lo que necesita. Así, vuelve a casa sin haber comprado nada, solo con la irremediable sensación de que debe correr hacia sus brazos o lo perderá para siempre. Y apenas abre la puerta, le dice lo mucho que lo ama y que los meses lejos la hicieron sentir mal. Lo extrañó a mares y no sabe cómo demostrarlo.

Así, el secreto de que alguna vez fue una criminal queda sepultado. Jamás será contado y vivirá con el peso de haber roto una confianza que no se merecía, pero lo compensará haciéndolo feliz el resto de su vida.

******

Meses más tarde él la invita a la ciudad. Un fin de semana solo para ellos dos. Le pedirá que use su mejor vestido e irán a un sitio elegante a comer.

Ella nunca lo sabrá: Adriel la vio toda la noche desde el otro lado del restaurante mientras un piano nostálgico e inquieto sonaba de fondo.

Ambos toman caminos diferentes acompañados de otras personas. Y ninguno tendrá el valor de verse una vez más.

Ella es feliz con alguien más. Sonríe como si la vida fuera hermosa aún estando lejos.

Y él lo hace con su mujer.

Dos felicidades incomprensibles y pasajeras que deberán cuidar por siempre.

Al terminar la velada, Adriel sale con su esposa y mientras esperan un auto, él saca su celular y borra su contacto. Las cadenas invisibles seguirán, pero él no las cortará, solo las esconderá el tiempo que haga falta.

Y como si no hubiera una batalla de emociones en él, abraza a su esposa y cuando para el coche, le abre la puerta y la ayuda a entrar.

Jamás le contará de su actuar, de la traición, de que una vez fue criminal.

Sólo se queda con el quizá, el recuerdo y la vida que tiene armada y no puede romper. Aunque sabe que nada volverá a ser igual. Pero ya habían elegido sus caminos con otras personas que amar…

¡Hola, hola, mis queridos soñadores! ¿Cómo están? Terminé el cuento de trasnoche y me di con que la confesión que elegí no cumplía con la consigna que habían puesto XD siento que este reto no está hecho para mí. Es el tercer cuento que escribo sin éxito. Pero ¡bue! Ya está hecho, me encanta y aunque no participe, lo comparto.

Igual, por si quieren sumarse, les cuento. El reto consistía en elegir una confesión de Pasión por los fanfics y escribir un fanfic, crossover u original inspirándose en la confesión. Yo elegí la de "Hombre maduro" que implicaba además una infidelidad —sumenle que Fujita Maiko y Daisuke Hirakawa me traen loca con sus canciones sobre infidelidades—, tenía que escribirlo sí o sí.

Espero que les haya gustado y si el tiempo se me da —y los modos también—, quizá llegue con otra confesión más.

¡Un abrazo!

Premonición

Premonición

¿Qué hago vestido así? Esta falda con volados, las bucaneras largas y blancas, hasta esta blusa escotada que deja ver mi pecho y vello. Me he dejado crecer el cabello gracias a esto y ahora, llevo dos hermosas coletas a los lados junto con una tupida y varonil barba. Parece el comienzo de un chiste, sé que muchos pensaran eso en cuanto me vean salir vestido de esta forma ¿Qué hace un hombre de casi treinta y seis, vestido de niña de ocho? Pues, se los diré: trabajo.

Trabajo en una cafetería y yo soy el promotor de la misma. Me paro en la puerta, luciendo mi bella sonrisa y me encargo de atraer a la clientela. ¡Y vienen! Las mesas están llenas cada día gracias a mi encanto. Sí, debo admitir que jamás pensé que esto fuera a funcionar. Cuando llegué al país, pensé que era algo… demasiado fuera de lo común y que no llamaría la atención en lo absoluto, en todo caso, que acabaría buscándome otro trabajo al poco tiempo por el fracaso de éste. Pero puedo decir orgullosamente que hace seis años que trabajo de esto. Vivo bien, pago mis deudas y realmente, a nadie parece importarle aquí si uso un vestido como si uso un pantalón. Me gusta porque la ropa es ropa y nada más.

Era miembro de una banda antes de que el vocalista decidiera hacer su carrera de solista. La banda se disolvió, como todas las bandas. Generalmente, cuando se pierde un miembro, la banda tiene pocas posibilidades de seguir, al menos, fue nuestro caso que entre buscarnos otro vocalista o separarnos, prefirieron separarse. Yo ya sabía que se iban a separar, lo vi con bastante tiempo por lo que ya tenía planes.

Me pasé viajando durante unos tres años buscando en qué orientar mi vida. La música sigue siendo algo que me gusta mucho y pensaba que podría vivir de ello tranquilamente. Soy baterista, el baterista suele ser una parte fundamental de una banda, pero generalmente, somos pocos. Puedes conseguir a veinte vocalistas, guitarristas y bajistas, pero la batería, cuesta hallarla quizás, porque no destaca, que te sientas al fondo, detrás de la batería que no tiene el gran encanto de la guitarra y la presencia del cantante, pero haces tu parte en la banda, que sin percusión no es lo mismo la música. A mí me gusta. Aun así, no terminé de fijo en ningún lado, decidí seguir viajando sin atarme a nada, hasta que me até a algo. Fue cuando me robaron en el aeropuerto. No me di cuenta de que me arrebataron la billetera hasta que fue demasiado tarde. Pero corrí con suerte, alguien me tendió una mano en ese momento y aunque no sé quién fue quién me robó hasta la fecha, sé que gracias a eso, comencé mi vida de manera fija aquí. Conseguí este trabajo, una casa y una vida muy agradable. Todo por ese pequeño percance.

Parece la vida de cualquier otra persona, común y corriente o al menos, eso pudiera llegar a ser. Pero tengo un don, un don que a veces, es increíblemente molesto, como todo don, imagino, nunca he hablado con nadie acerca de esto más que con ustedes. Bueno, la cosa es que… ¿cómo se los digo? Puedo ver el futuro. A veces de manera muy sutil, como en un sueño, que suele ser mucho más tranquilo que darle un folleto a un hombre y quedarte como si hubiese visto y saludado a Ryuk caminando por la ciudad. Sí, Ryuk es ese personaje tan simpático de Death Note, ése con el que no puedes disimular que has visto algo fuera de este mundo. Puede ser por cosas importantes o que al menos, a ti te parezcan importantes. Me habría servido para evitar que me robaran, aunque no sucedió en ese entonces, sí más tarde cuando evité un accidente con un chico en bicicleta. A veces es útil, a veces, es inconsistente. A veces, sólo molesta. Pero mientras digo buenos días y los invito a tomar nuestra especialidad de café con crema batida y caramelo, puedo ver que el hombre que se sentó a leer el periódico en el rincón de la esquina, caerá dentro de una hora por un ataque cardíaco del que no podrá reponerse. De todas formas, le digo a Yuri que por las dudas, tenga discado el número de emergencias en su teléfono unos quince minutos antes de las diez. Las ambulancias son rápidas, eso lo sé.

Y mientras entono la melodía súper simpática y pegadiza que suena por el estéreo, veo que la chica que acaba de entrar va a ser despedida de su trabajo y volverá en la noche a tomar una copa de chocolate y vainilla con una amiga, llorando por lo ocurrido. Se los dije, a veces es inútil esto. Y a veces, no ocurre nada por largos períodos de tiempo. El universo parece una perfecta confabulación para agobiarme en los días más complicados.

Me voy sin cambiarme al terminar mi turno. Podía haberlo hecho, pero Yuri estaba usando el baño para cambiarse el traje, por lo que simplemente, preferí no demorarme más tiempo e ir a tomar el subte de esta manera ¿a quién le podía importar? A mí no, eso era seguro. Y contando que los zapatos que llevo hoy no tienen tacones, puedo andar tranquilo sin preocuparme de que voy a estar casi cuarenta minutos de pie en tacones.

Al bajarme, me voy por un camino diferente al que suelo tomar todas las noches. Debería seguir tres cuadras a la izquierda al salir del subte, me voy hacia la derecha, al konbini a comprar algo para la cena: hoy no cocino.

Hubiese sido un día de lo más común si no me topara con esa chica al salir de la tienda: vi algo, porque no podía finalizar el día sin tener algo más en mi cabeza. La seguí ¿qué le iba a decir? ¿Qué dos hombres la iban a atacar camino a su casa y que posiblemente, no regrese ilesa? No, no podía. Que una lolita con barba te intercepte en la calle para decirte que dos hombres te van a atacar y posiblemente, te maten en el camino no es algo que quieres escuchar a las nueve de la noche. Así que hice como que andaba paseando por ahí, lo más disimuladamente posible que puede ser un hombre que anda vestido de mujer, por supuesto. Fue hasta que llegó a la intercepción de mi visión que vi correr a uno y a sabiendas de que el bento que acababa de comprar acabaría arruinado, corrí hacia él, empujando a la chica antes de que la tocara y dándole una poderosa patada al criminal. ¡Jah! ¿Qué se siente que una lolita te deje marcado sus zapatos en tu cara?

El otro tenía una punta y estaba listo para atacarme, pero lo detuve de la muñeca, le torcí el brazo en la espalda, posiblemente, no haya medido mi fuerza y se haya desgarrado, un pequeñísimo percance. Pero la muchacha estaba bien, con un moretón a causa mía, pero estaba bien.

—Repórtalos a la policía, por favor —le pedí. No sé dónde quedó mi celular después de esto, pero confiaba que ella pudiera llamarlos desde el suyo, mientras yo me quedaría ahí hasta que vinieran. No les dije, pero estudié artes marciales apenas acabé mi curso de idiomas. Y lo bien que hice.

En cuanto acabó la llamada, que casi me arrepentí de no haberla hecha yo, pues la voz de ella temblaba, le pregunté cómo se sentía. La notaba un poco más calmada que antes, aun así, la veía pálida todavía. Un buen susto se debe haber llevado.

La policía llegó rápido y nos vimos desocupados más rápidamente después de eso.

—¿Dónde vives? Te acompañaré —le dije ofreciéndome con una grata sonrisa, pero ella aun nerviosa, me respondió que no sabía. Menudo susto se debió haber llevado con todo eso.

No tenía mucho más qué hacer que invitarla a mi casa o dejarla con la policía. Realmente, la segunda idea parecía mucho más viable, pero no estaba seguro de que fuera a tranquilizarse al estar con aquellas dos personas. Aunque decidió seguirme, lo que me hizo pensar que realmente, había entrado en shock y no tenía idea de dónde estaba parada.

El día finalizó con ella durmiendo en mi cama, apenas me ha hablado, pero se la ve más calma, mientras, yo veo un programa de variedades en la sala, comiendo un onigiri que no parece onigiri. Les dije, esto tiene sus ventajas y desventajas, aunque a veces, son más buenas que malas.

Konbini: Abreviación japonesa de Convenience Store, una especie de supermercado, la diferencia es que tiene absolutamente todo, todo lo que puedas necesitar, desde la comida lista para cinco minutos en el microondas, diarios, lápices, estuches escolares, barbijos, hasta baños abiertos al público. Eso sí, un poquito más caros que el supermercado normal.

¡Hola, hola, soñadores! ¿Cómo están? Espero que de las mil maravillas. Traigo un cuentito viejito que pienso usar para el reto de este mes en Pasión por los fanfics, que este personaje da para mucho y lo he tenido bastante abandonado ¡Y de paso, le doy nombre! XD

Espero que lo hayan disfrutado.

¡Un abrazo!